Abel.

Supe que estaba en peligro cuando regresé al hotel y hallé una cabeza sin ojos en el rellano de las escaleras.

No escuché ningún ruido, El silencio era abrumador, bueno eran las tres de la madrugada y casi no había clientes y estaba en un poblado alejado. Pensé en llamar a la policía; sin embargo, ellos tardarían unas dos horas en llegar.

Creí que sería prudente encerrarme en el armario de mi habitación y esperar. No sé por qué fui a ese mugroso bar, ¡Dios!, me sentí un poco ebrio. Lamenté no haberle comprado la pistola a aquel anciano loco de la cantina. Subí a mi cuarto y encontré los ojos en el pasillo. ¡Caramba, eran unos ojos verdes bellísimos! ¡Qué lástima! No sé quién hizo tal atrocidad, pero habían efectuado un trabajo limpio, casi como el de un cirujano.

     —¡Abel!

El grito provenía de las escaleras. El desgraciado me conocía, tal vez me perseguían desde el otro poblado. De seguro iba por mí, aunque no sabía el motivo.

Un homicida estaba escondido en el hotel. Sentí que todo mi cuerpo se estremecía a causa del pavor.

     —Abel, ¿dónde estás? 

Se escuchaban susurros escalofriantes desde las escaleras.

     —No puedes esconderte de mí por mucho tiempo.

Busqué mi celular en el cajón del buró, pero no estaba, alguien entró y lo robó, quizá un empleado.

     —Abel.

Seguían las voces que parecían ecos provenientes del infierno.

Salí de la habitación con el corazón agitado. No podía estar encerrado mientras un loco me acechaba. Era indispensable hacer algo: huir o atacar.

     —Abel.

La voz me pareció familiar.

     —¿Quién eres?

Bajé corriendo y casi caigo. Ya no estaba la cabeza en el rellano. Me sujeté de los pasamanos y descendí con piernas débiles. Fui a la recepción del hotel. Un empleado estaba en el suelo; el hombre tenía ensartado un picahielos en el pecho. El cordón del teléfono estaba cortado.

     —Abel. —Insistieron.

     —¿Qué quieres?, ¿Quién eres?

Me quise esconder en el cuarto de limpieza. No era valiente como para enfrentar a un psicópata.

     —¡Nooo!  —Grité, retrocedí y resbalé por la sangre derramada. Me incorporé con rapidez.

Los demás trabajadores también fueron brutalmente asesinados, sus cuerpos fueron acomodados en un reducido espacio, junto a las escobas y a los trapeadores.

     —Te puedo escuchar, Abel. Puedo oír los latidos de tu enfermo corazón.

     —Déjame en paz, por favor. Quiero irme. Deja que me vaya y te juro que no diré nada. Además no sé quién eres.

De pronto se apagaron las luces. Caminé mientras tocaba las paredes para guiarme.

     —Te puedes ir, Abel, pero primero tienes que hacer algo por mí y por ti.

     —¿Qué? ¿Qué hago?

     —Tienes que limpiar la escena del crimen antes de que llegue la policía o algún curioso. Ya sabes cómo es esto.

     —¿Por qué yo? ¡Hazlo tú!

     —¡Ay, Abel! ¡Qué olvidadizo eres!

Mi mano hormigueaba como si me hubiera picado una araña. En ese momento me sentí capaz de matar a cualquier individuo que quisiera hacerme daño. Luego me percaté de que tenía aferrado un cuchillo.

     —Oh, cierto.  —dije—

De pronto recordé las locuras que hice en el hotel. La personalidad nocturna me traiciona.


E. NYGMA

Escritor y fundador de ZD TERROR. Amante de lo macabro y oscuro, de lo absurdo y del humor negro. Influenciado por artistas tales como Stephen King, Edgar Allan Poe, Darren Bousman, Rob Zombie, James Wan, Marian Dora, David Lynch, Quentin Tarantino, Christopher Nolan, Zack Snyder, entre otros. Futuro cineasta.

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